Un lienzo negro cubre otro lienzo blanco, ambos cruzan horizontalmente las columnas del edificio del Museo de Arte Contemporáneo. Me cuelgo de cara a una de las columnas, ya en la altura corto los hilos que sostienen el lienzo negro, queda al descubierto otro lienzo blanco con la frase "Este es mi cuerpo". Desnudo la parte superior de mi cuerpo y me quedo colgada.
La verticalidad ha ceñido a la historia y ha presionado los cuerpos de diversas maneras, socialmente, políticamente, sexualmente, económicamente. Las Instituciones y sus edificios verticales, poderosos, ejemplificados en las catedrales góticas, los edificios del Art Déco, algunos edificios del neoclasicismo, nos hablan de un poder mayor que nosotros mismos, un poder subyugador que se ejerce desde arriba y ante el cual somos ínfimos.
Esta performance irrumpe en el espacio exterior, en la fachada del edificio del Museo de Arte Contemporáneo, instaurando una línea horizontal, como un cuestionamiento a esa visión de mundo jerárquica. Cruza las columnas un lienzo blanco, donde está impresa la frase Este es mi cuerpo, una señal inequívoca del apoderamiento del cuerpo y del alma, como un estado de consciencia, de creatividad y de desobediencia, en medio de una sociedad que cuestiona la soberanía del cuerpo femenino y le impone la sumisión.
Creando desde el ser, resistiendo los embates del tiempo y oponiéndose a la jerarquía implícita en la arquitectura. Ahí esta este cuerpo colgado, aludiendo colateralmente a la frase: “este es el cuerpo de Cristo”, del rito católico. Al contrario, este es el cuerpo común de una mujer, que con su presencia cuestiona el lugar museal y se ofrece a la calle, a los transeúntes. Una mujer que se resiste a la visión eclesiástica del cuerpo como pecado y al mandato social-político de dominación. Una mujer que experimenta, que se arriesga en una propuesta inusual, simplemente estando presente de cara a una columna, que la atenúa con su dimensión, pero que no queda incólume con este acto.