Una traslación del rito popular latinoamericano hacia lo contemporáneo. En un plano emocional, se abre un espacio de introspección, para aquellos que se nos ha sustraído el derecho a un rito funerario por nuestros seres queridos asesinados. Es una mirada inclusiva, que no se detiene solo en las víctimas, sino que se proyecta en los sobrevivientes y su duelo interminable.
Estoy sentada en el centro del Mirador del Museo, de espaldas al muro con las cientos de fotografías de Detenidos Desaparecidos, un lienzo colgante cubre mi rostro y le impone un mutismo severo de tres horas. Sostengo hilos blancos largos, que caen al suelo, donde los espectadores hacen nudos pidiendo un deseo (que según la tradición) llevará el angelito al cielo, pero en este caso se queda en la tierra, esperando sembrar en ella los vestigios de los ausentes.