La sangre, el río y el cuerpo

1990
Río Mapocho, Santiago, Chile

La pseudo-democracia, los pactos de silencio, la Ley de Amnistía, la impunidad respecto a la violación de los Derechos Humanos, eran el contexto.

Desde una visión orgánica de la urbe, hago un paralelo entre mi cuerpo y el territorio, entre la sangre y el río. Invocando desde el agua, como principio vital, todo su poder de revelación del cuerpo. Voy desde el agua al llanto, desde el agua al semen, al vómito, a la orina, a la bilis, a la sangre...Me inserto en la sangre, me hundo en su misterio, en su signo de dolor, me quedo en el río en su oleaje turbio y gélido.

La acción concretamente se desarrolló en el pedazo de tierra que resulta de una división del Río Mapocho en dos brazos a la altura del puente Pío Nono. Allí, en el islote, extendí un lienzo blanco de 15 metros de largo por 2 metros de ancho, de oriente a poniente, siguiendo de esta forma el curso del río. Luego clavé el lienzo en sus cuatro extremos, sobre la tierra. El gran rectángulo blanco era la presencia vertical, la abstracción del río detenido.

Me desnudé debajo del puente, luego salí caminando completamente desnuda, con un lienzo y unos cordeles blancos en mis brazos, hubo un silencio absoluto. Me sentí ingrávida...

Cerca del lienzo blanco extendido, había un tiesto de metal (depositado en la tierra) lleno con sangre de animal del Matadero, allí sumergí otro lienzo blanco. Cuando levanté el lienzo con la sangre, sentí su olor desagradable, su textura pegajosa, el frío, el peligro inminente. Todo esto ocurría en un plano secundario, lo más esencial era mi sentimiento de absoluta intensidad y veracidad.
Después caminé sobre el lienzo blanco clavado, me detuve y empecé a envolverme con el lienzo ensangrentado y a amarrarme con los cordeles. Luego me tendí en el lienzo blanco y permanecí allí un tiempo indefinido...
El Puente Pío Nono se había llenado de peatones que miraban atónitos...

El lienzo rojo que envolvía mi cuerpo, hacía referencia a la extrema desnudez de la sangre, la que ya no circula porque la violencia la desbordó. Aquí aparece el río muerto en mi cuerpo, en contraposición al río del cuerpo del territorio, que circula paralelamente a mí. Es la sangre del sacrificio, evidenciada en mi carne, es la sangre que clama su contingencia, es el oscuro derrame que se extiende en la urbe, es la sangre de todos los cuerpos, de todos ríos, de todos los mares usados por el terror de Estado. En este punto mi propio cuerpo traspasaba sus fronteras y se hacía cuerpo social, reencarnando en su virtud el horror de los cuerpos violentados.

Fotodocumentación: Verónica Soto
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